Entrevista a Yasunari Kitaura, sensei
Hola a todos!
Licenciado por la Universidad de Waseda en Tokio y doctor por la Universidad Complutense de Madrid, Kitaura es un historiador del Arte con especial atracción por la vida y obra de El Greco. El haber sido discípulo directo de Morihei Ueshiba y de su hijo Kisshomaru le convierte en uno de los maestros con más historia y carisma dentro del mundo del Aikido actual y en el fiel representante y guardian del Aikikai en España donde viene impartiendo su idea de un Budo basado en el Ki y la unificación desde el año 1967.
Aunque se comprende la dificultad de buscar una deficición corta de un Arte Marcial como el Aikido, ¿podría explicarnos en qué consiste su práctica?.
Y.K. El Aikido se debe interpretar como una acción corporal generada por la respiración no corporal del ki. Dos cuerpos nunca pueden ocupar el mismo espacio y en este sentido no puede existir la unificación ni la armonía. Si un sólido pretende ocupar el mismo lugar de otro se entra en conflicto. Para evitar este enfrentamiento uno de los dos debe generar un vacío para que el otro, que empuja, lo ocupe. Este hecho nos crea una contradicción: si cogemos un objeto con nuestra mano entramos en una dualidad, podríamos decir “esto nos pertenece”, aún sabiendo que no forma parte de nosotros. En la medida en que apretamos reafirmamos esa separación, tomamos consciencia de que lo que tenemos en nuestro interior es diferente a nosotros. Nuestra mente reacciona con este mismo criterio ya que nos reafirmamos en la misma medida que reconocemos nuestra diferencia. Podemos unirnos a los demás en el plano emocional o ideológico, dos amantes o dos jugadores del mismo equipo que se abrazan después del triunfo, pero esta relación sigue siendo irreal, ambos continúan siendo dos personas con un sentimiento de unión. Esto es aún más drástico en el plano visual donde sí percibimos una evidente separación con lo que nos rodea así como la distancia que nos aleja. Para vencer esta dualidad el Aikido emplea el Ki como elemento de unificación. Yo soy Ki y tu eres Ki y en este sentido sí formamos parte del mismo todo rompiendo las barreras físicas. Conseguimos entonces una “respiración de Ki unificado” que podemos trabajar de una forma muy precisa. Gracias a este concepto podemos superar la distancia física que nos separa de nuestro entorno. Sin duda estamos hablando del concepto de integración con todo el universo proclamado por Ueshiba y de trabajar el Aikido con esta intención. Hoy día compartimos un mundo mucho más complejo y extenso del vivido por Ueshiba, nuestra vida se ha complicado y hablar en esta época de unificación con el universo es muy difícil. Aún así esta idea sigue vigente y a través del Aikido debemos continuar buscando la unión entre el Hara, como centro del ser, y el Ki. Si te cogen la mano no debes establecer simplemente un contacto físico y dual sino una comunicación en ambas direcciones, cualquier ataque o acción, cualquier técnica, hay que elaborarla en este sentido, dirigiendo y conectando ambos centros. Las sensaciones que solemos experimentar en nuestra práctica son difíciles de entender fuera de ella, en nuestra vida y relaciones cotidianas. Tenemos que aceptar plenamente al otro y no culminar una técnica sin antes haber unificado nuestro centro con el del compañero, si no partimos de esta base sólo estaremos subrayando el yo. Hay que distinguir claramente entre potenciar el Hara o potenciar el yo. En definitiva, creo que debemos heredar esos valores dejados por el fundador del Aikido.
“Debemos huir del peligro de intelectualizar el arte
y así olvidarnos de su verdadero contenido”
E.B. Lejos de heredar esos valores, ¿no se está convirtiendo el Aikido en una coreografía donde la importancia de la forma y la obsesión por la perfección de la técnica restan tiempo y dedicación en el dojo a la práctica de principios fundamentales de este arte?
Y.K. Los detalles aislados son difícilmente inteligibles por eso la práctica tiene realmente sentido sólo cuando entendemos su principio, su verdadero significado. No se trata de repetir hasta la saciedad una serie de clichés y en determinado momento sentirte ya un gran maestro. La obsesión por acumular experiencias y conocimientos a base de repetición puede llevarnos a la creación de hábitos y muchas veces a una concepción errónea imposible de superar. Desde luego que es importante la práctica pero manteniéndose alerta para no generar hábitos. Cualquier acto humano debe ir encaminado a entender lo que se hace, evitando así caer en actitudes pedantes centradas en la forma y no en el fondo. Debemos huir del peligro de intelectualizar el arte olvidándonos de su verdadero contenido. Creo que la discreción y una actitud básica de modestia deben acompañarnos en cualquier actividad.
“Hay que distinguir entre
potenciar el hara y potenciar el ego”
E.B. Posiblemente sea esta el Arte Marcial con más escinciones y enfrentamientos. Todos los días parecen surgir en todo el mundo nuevas asociaciones, federaciones o grupos que se arrogan la representación real de las ideas defendidas por Ueshiba o maestros que gracias a unos ukes maravillosos consiguen, con cada movimiento, retar la ley de la gravedad. En definitiva, la exaltación del ego se ha convertido en un mal habitual de muchos de los actuales instructores de este Budo. ¿Qué consecuencias puede tener esta constante diversificación en una actividad que nace y se basa en criterios de armonía y unificación?.
Y.K. Antiguamente el alumno abandonaba la pretensión de entender y comenzaba su labor desde la humildad, limpiando el suelo o haciendo labores para el dojo para al cabo de muchos años comenzar a asimilar el verdadero conocimiento de esa forma se lograba conectar con los auténticos principios del Aikido dejando a un lado cualquier tentación de alimentar el ego. Hoy día el proceso de aprendizaje no sigue estas pautas y el abandono de la modestia y la humildad en la práctica puede traer consecuencias. El nombre del Aikido abarca toda esta diversidad al igual que un campo lleno de flores diferentes que florecen en distintos momentos cada una a su manera, pero ¿Dónde está el verdadero Aikido?. Para que el arte se mantenga con vida en el futuro este estado no debe eternizarse, muchos valores que hoy alimentan las ilusiones de los aikidokas probablemente no tengan nada que ver con el origen de esta disciplina tal y como puede ser la necesidad de practicar formas de control sobre otras personas. Ese instinto primitivo de dominio que experimentamos a través de técnicas de como sankio o nikio, de alguna forma satisface sólo a nuestro ego por lo que pensar únicamente en ello reduce al mínimo los valores reales del Aikido. Hay que tener especial cuidado con esta forma de enaltecer el ego. Las sensaciones que solemos experimentar en nuestra práctica son difíciles de entender fuera de ella, en nuestra vida y relaciones cotidianas.
Tenemos que aceptar plenamente al otro y no culminar una técnica sin antes haber unificado nuestro centro con el del compañero, si no partimos de esta base sólo estaremos subrayando el yo. Hay que distinguir claramente entre potenciar el Hara y potenciar el ego. Por otro lado, aunque este hecho separador se pueda entender como algo negativo, si funciona bien puede llegar a valorarse positivamente. Esa diversidad o ese egocentrismo es, como en el mundo del arte, una manifestación donde cada individuo puede expresarse a través de la creación. Gracias a este proceso diversificador la forma ya no es simplemente una copia o cliché de la de nuestro maestro sino que se va enriqueciendo cada vez más con la transmisión del conocimiento. Lo que sucede es que a veces las variaciones son mínimas y, lo que es peor, a veces nos dedicamos a transmitir y acrecentar errores aprendidos haciendo que el camino se transforme de nuevo en una gran exaltación del ego debilitando los verdaderos principios de este budo y convirtiéndolo finalmente en una especie de chapuza fantástica. No nos olvidemos que la experiencia acumulada, cuando es errónea, crea un hábito muy difícil de erradicar. Hay que dejar madurar al Aikido y que de esta forma llegue a expresar su propia personalidad, su propio estilo. Entendido de forma correcta y positiva, este arte debe ser la manifestación de la persona, integrada en una raíz común y originada en el mensaje de Ueshiba. Para que esto sea así, cada enseñanza, cada maestro, cada alumno debe incidir en aquello que les une, que les comunica. Una indagación constante que no deja de estar en manos de cada practicante.